lunes, 9 de abril de 2018

Uno chiquito



Estaba acostado en un almohadón, y cuando me vio entrar se le pararon sus orejitas que estaban envueltas en cinta de papel. Medía 10 centímetros. Era una cosa muy chiquita, y yo, que nunca había visto algo así, me empecé a encariñar.

Quise llevarlo a mi casa, pero tenía que convencer a mi mamá y a mi hermana. Hice mucho. No querían tener una especie de esa raza en casa, tan chiquita y gruñona. Sin embargo, en cuestión de una semana, el bichito estaba en mi cartera rumbo a su nuevo hogar: nuestro hogar.

No tardó en crecer, aprender su nombre, Igor, y a pedirnos comida. Yo no tardé en pensar que traerlo y hacerme cargo de él era una de las mejores decisiones que tomé en mi vida.

Nunca había tenido un perro. En realidad sí, pero fueron experiencias traumáticas y poco durables. En cambio Igor se quedó conmigo. Me acompaña cuando duermo, me acompaña cuando como, me acompaña cuando escribo, cuando leo, me acompaña cuando salgo a caminar. Y si pudiera también andaría conmigo en tren.

Igor es un perro especial. Sabe dar besos, sabe acariciar, sabe saludar con alegría, sabe sentir el amor.

Solo hay una cosa en la que no nos ponemos de acuerdo: el volumen de la música.


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