martes, 2 de mayo de 2017

En la sangre

Los tres teníamos todo preparado. En ese tiempo ella transitaba por los principios de la adolescencia, y su fanatismo era absoluto, sin grises. En cambio él y yo éramos casi adultos. Más él que yo.

Los dos nos reíamos de su bolsito con la tapa del primer disco de Soda. También llevaba puesta una remera, una gorra y sólo le faltaban los cordones con el nombre de la banda. Nos daba mucha risa. Y ella se enojaba demasiado.

Con ella viajamos por más de diez horas para verlos. Estábamos dispuestas a todo, incluso a sacrificar lo que no teníamos. Pero debíamos estar ahí. Como si fuera una obligación. Él nos esperaba en el andén.

Todavía no caía el sol y ya estábamos en la puerta los tres. Adelante nuestro muchas personas hacían lo mismo. Resultaba interminable. Pero fue cuestión de segundos. Cuando lo dejamos de pensar ya estábamos en el césped cubierto de goma.

Y ella quería irse adelante.

No la dejamos.

Son unos estúpidos. Nos decía eso todo el tiempo.

Cayó el sol. De pronto estábamos los tres de la mano, iluminados por colores violetas y azules, cantando “Cae el Sol” a los gritos; y en ese lugar, éramos solo nosotros tres.

Fue la noche del regreso. Un regreso que nos trasladó a nuestra infancia no tan inmediata.

Y, menos la música, en ese momento todo desapareció, éramos sólo nosotros tres cantando con frescura y emoción. 

Autobiografía - Instantánea 

Marina Miguel